Crecí viendo a mis padres, a mis abuelos… trabajar un montón de horas, arañando minutos donde fuera para ayudarme con los trabajos de ciencias o para asistir a mis festivales de final de curso.
Estaba cansada de verlos preocupados por negociaciones, por proveedores que no cumplían o por trabajadores desganados. Midiendo siempre cada peseta que gastaban.
Cansada de ver cómo su pasión y ganas de ayudar quedaban ocultas tras un montón de papeles y quebradores de cabeza.
Recuerdo estar haciendo los deberes entre rollos de telas (vengo de familia téxtil) y pensar: tiene que haber otra manera de vivir y de trabajar. Y en esa búsqueda descubrí la fuerza de la comunicación (interna y externa) para optimizar las empresas y tiré del hilo hasta llegar a todo lo que sé hoy.